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Ismael Ramos: «En el caso de «Ligero», la poesía ayuda a codificar la incertidumbre»

Hace varias semanas que Ismael Ramos obtuvo el Premio Nacional de Poesía Joven “Miguel Hernández” 2022 por Lixeiro, publicado originariamente en gallego por Xerais, y cuya traducción al castellano hemos editado en La Bella Varsovia. Ligero se une a Fuegos —también con traducción del autor desde el gallego original—, que apareció en 2019 y que obtuvo el III Premio Javier Morote de Las librerías recomiendan y CEGAL.

En las próximas semanas, Ismael Ramos celebrará su premio con encuentros literarios en Madrid —el viernes 18 de noviembre, a las 18.45h y en Enclave de Libros (c/Relatores, 16), acompañado por Mario Obrero— y Granada —el sábado 19 de noviembre, a las 12h y en la librería Inusual (c/Natalio Rivas, 7), acompañado por Azucena G. Blanco—, pero mientras queremos sumarnos a la celebración recordando nuestra conversación con el autor hace un año, con motivo de la publicación de Ligero.

(También queremos recomendarte la lectura de la entrevista con Ismael Ramos en Eldiario.es, a cargo de Daniel Salgado, y del amplísimo artículo publicado por Ana Abelenda en el suplemento Fugas, de La Voz de Galicia.)

 

¿De qué manera dialoga este libro con Fuegos, tu anterior poemario?
—Creo que la voz que descubrí en Fuegos es la misma que hila Ligero. Varían los temas, se modula, pero es la misma. Ambos libros dialogan en su capacidad para ingresar en la herida, para hacer(se) daño con ternura. El avance respecto a Fuegos es la voluntad de Ligero de abrirse al mundo, de enfrentarse a la nada intentando sujetarse en los pequeños detalles: la luz, los insectos, los animales pequeños, el rostro de un hombre bello.

¿Qué supone para ti traducir tu propia poesía? ¿Crees que hay un nuevo proceso de “creación” al hacer la versión castellana de los poemas?
—Traducir mis propios poemas es entrar de nuevo en un cuarto en el que he vivido mucho tiempo y prepararlo para un invitado extranjero. La sensación no es solo de reescritura, de reencuentro, sino que inevitablemente pienso más en el Otro.
Creo que el hecho de ser bilingüe hace que sea capaz de ver el lenguaje como una herramienta desde muy pequeño, y también que haya tenido siempre conciencia de la carga política del idioma, de su poder. En este caso no solo me reescribo en la lengua del Otro, sino que además traslado a su código una realidad en la que algunos emplean esa misma lengua (el español) como caballo de batalla para infravalorar, minorizar y hacer desaparecer la mía. Tal y como escribió Chus Pato, cuando inevitablemente escribo o hablo en español, la Historia me señala y grita: «mi lengua es el fascismo».

En este libro, además de sobre la familia (que era la protagonista absoluta de Fuegos), hablas de la amistad y el deseo, entre otros temas. ¿Crees que la poesía nos ayuda a comprender, a configurar nuestra memoria? ¿Qué implica para ti “poetizar” tu realidad?
­—En el caso de Ligero la poesía ayuda a codificar la incertidumbre. No a explicarla, sino a vivir con ella, a entenderla como parte de la vida, de “lo vivo”. Y en ese sentido, no tiene tanto que ver con la memoria, como con el porvenir. La poesía me ayuda a lidiar con los cambios, con las apariciones, con lo inexplicable. También con la inmovilidad, con el de-sencanto. Es una suerte de presente continuo. Y frente a las alegrías y las inclemencias de ese presente, intento situar a mis amigos, a una generación entera que creción en crisis, a mi familia, que siempre se ha declarado pobre, precaria, a los chicos en los que me fijo o a mí mismo.

¿Tiene Ligero una intención, en cierto modo, narrativa? ¿Dónde sitúas la frontera entre la poesía y otros géneros literarios?
­—Desde luego Ligero tiene la voluntad de ser un libro abierto, ambiguo en cuanto a la naturaleza de sus textos, igual que ya sucedía en Fuegos. Aquí hay incluso momentos en los que cedo mi voz a otrxs.
Para mí, hace ya tiempo, la escritura se ha deshecho en el poema de prejuicios. La cuestión del género literario, su crisis, no me interesa en sí misma, me parece agotada. Escribo libros que luego titulo “poemarios”, igual que escribieron algunas de sus “novelas” mis autores más admirados (Ernaux, Bernhard, Handke). Es escritura, poco más puedo decir.

¿Qué lecturas te han acompañado durante la escritura de Ligero?
—Lo cierto es que en este caso, en el periodo en el que surgieron los poemas, era imposible sistematizar mis lecturas alrededor de la escritura del libro, enfocarlo como un proyecto. Leía como escribía: en los ratos libres, contra el cansancio. Sí reconozco como fundamental mi relectura de la obra completa de Sharon Olds (quiero pensar que algo queda de su voluptuosidad, de sus aromas), los ensayos que me acompañaban por las mañanas de camino al trabajo (era lo único que me mantenía despierto en el barco de las 7:20 am, de ahí el poema “Tres guineas”), y también el tono político de alguna poesía gallega de los primeros 2000 (Daniel Salgado, María do Cebreiro, Alberto Lema). Todo lo demás es fruto del azar.

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